Mi viejo, nuestra familia

Ricardo José Del Carlo, mi padre, nació el 31 de julio de 1931, segundo hijo varón de 6 hermanos (Nélida, Miguel, Olga, Betty y Juan Carlos), hijo de Humberto Del Carlo y María Lucrecia Aimar. Nació en Oncativo, una localidad cordobesa ubicada a 75Km de Córdoba Capital, como mis abuelos y la mayoría de los oncativenses todos tenemos ascendientes italianos, que vinieron a trabajar en el campo principalmente. Empezaré hablando de mi abuelo Humberto (Argentino, nacido en Alvarez, Pcia. de Santa Fe en 1897) hijo de Giovanni Del Carlo (Italiano, nacido en Capannoiri, Lucca, Pcia. de La Toscana en 1855) y Maria Anna Bertucelli (Italiana, nacida Lunata, Luca, provincia de La Toscana en 1857), mi abuelo fue entre otras cosas Comisario de la Policía de Oncativo hasta 1946, hasta el comienzo del 1er. gobierno de Perón. Dejando su cargo en la Policía se dedicó luego al comercio con un almacén de ramos generales hasta el año 1955, cuando fallece en Oncativo a los 58 años. Mi abuela María Lucrecia (Argentina nacida en Oncativo en 1901) hija de Miguel Aimar y Francisca Bonetto. Miguel su padre fue uno de los primeros colonos que llegaron a Oncativo, quien construyera la primera usina eléctrica y el conocido Cine Teatro Victoria. Mi padre tuvo su niñez y su juventud en el pueblo, de joven empezó a ayudarle a su padre en el Almacén que tenían manejando un camión Mercedes Benz en el cual viajaba a Mendoza para traer vino y a Buenos Aires, al puerto, para traer mercaderías varias para el negocio. Así trabajo en la empresa familiar hasta que fallece mi abuelo Humberto en 1955. Inconvenientes económicos posteriores determinaron que se cerrara el negocio y se vendiera el camión que tantas alegrías le había dado a mi padre hasta ese momento. El o los camiones que tanto añoraba mi padre siempre, fueron un Mercedes Benz L3500 primero y luego un L6600, ambos manejados por él por todo el país para el movimiento de mercaderías del almacén de su padre.

El tiempo y el final

Ya en 1960, después de algunos años de novio se casó con mi madre, Berta Asunción Arana nacida en James Craik, localidad distante a unos 100 Km. de Córdoba Capital y a 35 Km. de Oncativo, hija de Julio Arana (Argentino, nacido en James Craik en 1901, descendiente directo de españoles) y Berta Pedraza (Argentina, nacida en James Craik en 1908). De esta unión nace mi hermana María Gabriela en 1964 y Julio (quién escribe) en 1970. En 1958 luego de cerrar el almacén donde trabajaba abasteciendo mercadería manejando el L6600, comienza a trabajar para una firma dedicada a la fabricación de implementos agrícolas cuya planta fabril se encontraba en Oncativo y la administración y ventas estaba en Rosario, mi padre era el responsable del transporte de la mercadería que se fabricaba (Rejas, Discos, Escardillos, etc.) desde Oncativo hasta Rosario. Así trabajo durante 28 años para esta empresa, siempre manejando el camión con el cual transportaba la mercadería metalmecánica. Transcurrieron unos lindos años de vida en Oncativo, hasta que a fines de 1987, mi padre se jubiló y decidimos mudarnos a Córdoba Capital. Ya los últimos años en Oncativo, luego en Córdoba y a medida que pasaban los años, la salud de mi padre fue menguando. Problemas de hipertensión, insuficiencia renal y un aneurisma abdominal minaban constantemente su salud debilitandolo en su estado general. Mientras yo ya en mi vida de estudiante y cuando estudiaba escuchaba siempre sus largas evocaciones del pasado mientras me cebaba mates, recordaba el camión Mercedes que manejó durante tantos años y que tanta alegría le había dado, a su Falcon soñado y a Oncativo. En 1997 estaba bastante delicado ya de salud, todo el cuadro de problemas físicos estaba cada vez más presente. Un sábado de 1997 comenzo con fuertes dolores abdominales y al domingo, un 29 de junio, el aneurisma dijo basta y él también, después de un día de internación falleció casi sin sufrir. Mi viejo había muerto, con solo 65 años. Mi padre ya no estaba entre nosotros y una buena parte de esta historia comenzaba.

El auto soñado aparece

Retrocediendo en el tiempo, a mi padre siempre le gustaron los autos, pero no cualquier auto, a él le gustaban los Ford y cuando sale al mercado argentino el 1er. Falcon a principios de la década de 1960 se enamoró del auto y siempre soñaba con tener un Falcon. Empezó comprándose un Peugeot 403 en 1974, color celeste, cuya principal característica era la de tener siempre algún problema para que no funcionara (frenos, embrague, etc.), luego se vendió el Peugeot y se compró un Renault Gordini en 1975. Después del Gordini llegó la “Renoleta”, un Renault 4L que tampoco hizo mucho por quererse, el recuerdo que tengo de este auto que jamás arrancaba cuando se lo necesitaba. De todas estas frustrantes experiencias con autos, mi padre vendió el Renault 4L y se dijo a sí mismo que no tendría más autos en su vida a menos que fuese un Falcon. Entre todas las bondades del Falcon (el Ford T del año 2000, como decían las publicidades de la época, debido a su robustez), una de ellas era la de no ser muy económico para adquirirlo, por lo que muchos en nuestra familia que rodeaban a mi padre, no pensaron que fuera posible la adquisición muy pronta del Falcon. Posterior a la venta del Renault 4 estuvimos unos meses sin auto. Pero era tal su amor por el Falcon que en uno de sus viajes a Rosario, compró los cubrealfombras para el Falcon (rojos/bordó y para asiento delantero enterizo), es decir compró y guardó cuidadosamente estos cubrealfombras con la ilusión de tener el auto algún día. Y un día el milagro llegó de la mano de Dios y de la rifa de las "Mil y una noches", en 1976. Mi madre habìa adquirido el número 15553 de esa rifa casi por casualidad y tras el paso de unos meses salimos adjudicados con el quinto premio del sorteo. El premio que era un auto 0KM, un Renault 4L. Como ironía al último auto que había tenido mi padre le tocaba como premio una “Renoleta” 0 km. Mis padres deciden no retirar el coche sino el dinero del premio en efectivo. Ese dinero que alcanzaba para un Renault 4L 0KM, alcanzó también para comprar en la concesionaria Ford de “Montironi” un FALCON Standard 1971, como nuevo a pesar de que tenía unos 5 años de uso.

El auto mas cuidado del mundo

Entonces, mi madre fue a retirar el dinero a Córdoba y decidió darle una sorpresa a mi viejo. Si bien mi padre sabía que iban a comprar un Falcon con ese dinero no tenía ningún auto seleccionado, es más cuando se retiró el dinero del premio él estaba en Rosario como todas las semanas de viaje para la empresa en la que trabajaba. Mi madre junto a su hermano fueron al concesionario Ford de Montironi de Oncativo a ver algún Falcon y encontraron un Standard 71 blanco túnez, impecable y decidieron comprarlo, pero tuvieron que esperar porque habían quedado comprometidos con otro posible cliente. Por suerte el posible cliente no apareció y mi madre pudo comprar el auto, siempre aconsejada por mi tío. Luego de los trámites correspondientes y sabiendo que estaba mi padre volviendo de su viaje a Rosario por su trabajo, decidió llevar el auto y guardarlo nuestro garaje para que cuando retornara de viaje se encontrara con la sorpresa de tener su Falcon. Finalmente mi padre volvió de Rosario en ese ínterin, pasó por casa cuando justo traían el auto, entonces la persona de la Concesionaria que venía con el auto tuvo que esperar a una cuadra del garage de mi casa hasta que mi padre saliera a llevar el camión a la empresa donde trabajaba, fue en ese momento cuando entraron el Falcon al garaje. Habiendo dejado todo resuelto en la empresa y a la media hora volvió mi viejo en su bicicleta, como siempre hacía cada vez que llegaba de viaje, al entrar al garaje a dejar la bicicleta, vio el Falcon. Primero pregunto de quién era y cuando le dijimos que era de él no nos creyó, después estuvo un buen rato llorando de felicidad el viejo. El sueño se cumplió, mi viejo tenía su Falcon. A partir de ahí el Falcon pasó a ser a mi criterio el auto más cuidado del mundo, tanto había soñado con él que mi padre lo tenía igual a un 0 Km. Cuando llovía no salía en el auto, si era calle de tierra trataba de buscar una asfaltada para que no “se llene de tierra el auto”, si en las calles había pozos o piedras las esquivaba “para cuidar las gomas” me decía. De más está decir que nadie más que él le cambiaba el aceite, si se necesitaba hacer algo en el auto no iba a un mecánico, iba a la concesionaria Ford donde lo compró y solo ponían en el auto repuestos originales. Fueron pasando los años, hicimos algunos viajes, pero mayormente se usaba en Oncativo, jamás tuvimos algunos de los inconvenientes que habíamos tenido con los autos anteriores. Cuando yo ya tenía casi la edad de manejar, él prefirió enseñarme a manejar con el camión con el cual trabajaba para "cuidar el falcon" de los posibles errores de un principiante. Cuando él debía salir del pueblo por caminos de tierra por algún viaje, me lo prestaba cargado al camión y a la vuelta vacío, así lo maneje varias veces. Yo tenía 16 o 17 años y cuando le decía que me prestara el Falcon me decía “ya vamos a ver”, en esa época lo manejé muy poco o nada. Así entre cuidados llegamos a 1987, el precio del combustible ya hacía que se usara el auto bastante poco, el Falcon tenía 16 años de antigüedad y salvo algún detalle de óxido en un zócalo, el auto estaba igual a un 0 km. La decisión de irnos a Córdoba, sumado a la enfermedad de mi padre que a veces no le permitía manejar, se decidió vender el Falcon. Apareció un comprador de la localidad de Luque y pagó 5000 Australes por el auto. Yo tenía 17 años y si bien no recuerdo ese día, me arrepentiría toda la vida de haber dejado ir al Falcon.

Sí, el auto existía.

En 1988 ya en Córdoba, empecé a estudiar y a trabajar. Siempre quise saber que había sido del Falcon de mi Viejo, del que solo había quedado una foto, la de la portada. La historia de la foto de la portada es digna de contar. Esa foto estaba en la caja de fotos que en toda casa existe, siempre la veía con nostalgia; hasta que un día desapareció misteriosamente y luego de buscarla por años por todos los rincones de mi casa, un día mi madre me la dio para tenerla de recuerdo, ya que hacía algún tiempo que mi padre había fallecido, al comentarle que la había buscado durante tanto tiempo ella me dijo que siempre había estado en la caja de fotos donde la busqué tantas veces. Yo soñaba con los ojos abiertos, quería restaurar en ese sueño un auto antiguo y barajaba varias opciones, hasta que me surgía la pregunta del destino del Falcon, salir a buscarlo y en restaurarlo, si es que aún existía. Finalmente junte valor y decidí averiguar que habría sido del Falcon de mi Viejo, empezar a buscar podía ser bastante duro, las posibilidades de que aún existiera eran bastantes pocas, ya que el auto era muy viejo, quizás estuviera en una chacarita todo destruido, víctima de los años o de algún accidente, también había pasado hacía algunos años el “Plan Canje” donde se perdieron muchas joyas dignas de restaurarse. El Falcon era un auto ya con 31 años de vida y eran remotas las posibilidades de que existiera aún el auto, empezar a investigar y llegar a saber que era del auto, podría reportarme mucho dolor. Si no existía o estaba destruido me hubiera lamentado siempre por no haber intentado mucho antes buscarlo. Igualmente ya decidido quería saber que había sido de nuestro Falcon. Recurrí a la invalorable ayuda de mi amigo Juan Marcelo Scaramuzza, a quien le agradeceré siempre lo que hizo por mí y que sin su ayuda creo nada de esto hubiera sido posible. Él vive en Oncativo y conocía a quién había comprado el auto a mi padre unos 15 años atrás. Juan empezó la búsqueda y después de unos meses en los cuales pensaba que hubiera sido mejor no saber nada del tema me llegó un email de Juan que decía “Julio. Necesito que me confirmes el N° de patente del falcon de ustedes.- ¿Puede ser X184596?”, yo no le había pasado el número de patente del auto, significaba lisa y llanamente que el auto existía, en ese momento se me detuvo el corazón por unos minutos.

15 años de abandono y falta de cuidado

Sí, el auto existía y me dieron el nombre del actual dueño hasta ese momento, que también vivía en Luque, como el primer comprador al cual le vendimos. Lo localicé por teléfono y quedé en ir a verlo con la intención de comprarlo, a pesar de que el dueño no pensaba en venderlo. Una mañana de un domingo de agosto de 2002 fui a Luque a ver el auto, encontré al dueño y me dijo que no estaba interesado en venderlo, pero me invito a verlo, 15 años después y sin mi viejo en vida me reencontraba con su Falcon. Cuando vi el auto desde atrás, estaba yo entrando al garage donde lo guardaban, me paralicé por unos segundos. Yo tenía la última imagen del auto casi 0Km. cuando se vendió, pero ahora veía que había sufrido 15 años de abandono y falta de cuidado, estaba algo abollado por golpes de pedrea, los vidrios no funcionaba ninguno, una puerta no abría, tenía un “bumerang” en el capot que nunca llevó el modelo, espejos de una F-100 a cada lado y unas espantosas calcomanías en cada una de las puertas simulando rayas de colores. Decidí no mirarlo más para dejar de sufrir y le pregunté al dueño cuanto quería por el auto, ahí lo pensó y me pidió un poco más del valor de mercado del auto, acepté. Me fui amargado y estuve varias horas para recuperarme de la impresión que me había causado verlo en ese estado de abandono, pero a la vez también contento de tener de nuevo el auto que tanto había querido mi viejo, debería restaurarlo pero existía. Ya en 2003 comencé los trámites de transferencia del Falcon para ahora ponerlo a mi nombre, un problema que existía era que el coche aún estaba a nombre de la persona que se lo había comprado a mi padre en 1987. El propietario de 2002 a quién se lo compré solo tenía un boleto compra-venta, por ende tuve que localizar al dueño desde 1987 y firmar los documentos correspondientes. EL propietario en los documentos del auto, una vez localizado, con gusto accedió a firmar los papeles de transferencia y el 3 de junio de 2003 el auto paso a mi propiedad, el Falcon era “nuestro” nuevamente 15 años después y yo comenzaba a escribir mi parte en esta historia.